En las conversaciones globales sobre el clima hay mucho en juego, pero también muchas oportunidades
La COP28, las conversaciones de las Naciones Unidas sobre el clima que se celebran en Dubai, deben centrarse en aumentar la ambición, reforzar la rendición de cuentas y promover la equidad.
Mientras los líderes mundiales se dirigen a Dubai esta semana para la próxima ronda de negociaciones globales sobre el clima, la Tierra se encamina hacia un cambio climático catastrófico, con desastres en cascada que ya trazan el camino hacia un riesgo y una ruina cada vez mayores.
En todo el planeta, la crisis climática está cobrando cada vez más víctimas entre las familias y las comunidades, al dañar costas, bosques y plantaciones; amenaza la salud pública y las economías; retrocede la equidad y la justicia ambiental; y pone en peligro la vida silvestre, el hábitat, el agua limpia y el aire.
Las naciones toman medidas, pero no con la urgencia que exige la crisis.
Para evitar una calamidad climática segura, el mundo debe avanzar mucho más rápido en la transformación de los compromisos climáticos en progreso, al eliminar progresivamente los combustibles fósiles y ayudar a los países en desarrollo a afrontar el reto existencial de nuestro tiempo. Por eso, las conversaciones de las Naciones Unidas en Dubai deben centrarse en aumentar la ambición, reforzar la rendición de cuentas y promover la equidad. Los riesgos no podrían ser mayores.
En las históricas conversaciones sobre el clima celebradas en París en 2015, los Estados Unidos y otros 195 países acordaron limitar el calentamiento global, al establecer un objetivo de 1,5 grados Celsius (2,7 grados Fahrenheit) por encima de los niveles preindustriales. Esa es la línea que el mundo debe mantener para evitar lo peor del aumento de los mares, el colapso de las especies, el calor abrasador y los incendios forestales, las tormentas e inundaciones.
Para alcanzar ese objetivo, el uso mundial de carbón, gas y petróleo debe alcanzar su punto máximo en 2025 y disminuir un 43 por ciento para 2030. La buena noticia: La inversión en energías limpias alcanzará la cifra récord de 1,700 billones de dólares este año, a medida que los países se esfuerzan por mejorar la eficiencia energética, obtener más energía del viento y del sol y construir redes eléctricas modernas y fiables. Esto también ha impulsado el crecimiento económico. Basta con mirar a Estados Unidos, donde la energía limpia emplea a unos 3,3 millones de trabajadores y las empresas han invertido más de 210 mil millones de dólares en fábricas para construir paneles solares, turbinas eólicas, vehículos eléctricos y baterías avanzadas.
Sin embargo, los avances en energías limpias se ven amenazados por una carrera mundial para producir aún más combustibles fósiles, justo cuando deben ser eliminados gradualmente. Los Estados Unidos, Arabia Saudita, Rusia y otros 17 países, que juntos suman el 82 por ciento del suministro mundial de combustibles fósiles, planean extraer para 2030 el doble de carbón, petróleo y gas de lo que el planeta puede tolerar sin sobrepasar los 1,5 grados de calentamiento en la década.
Es como si la industria estuviera empeñada en moler hasta el último céntimo de beneficio antes de que se acabe el tiempo para un futuro habitable. Eso no tiene sentido en ningúna parte.
Dubai, Emiratos Árabes Unidos, es el séptimo mayor productor mundial de petróleo. Los delegados sobre el clima deben ir allí dispuestos a hablar honestamente sobre cómo eliminar progresivamente los combustibles fósiles de forma oportuna y deliberada.
Eso significa que los países ricos y contaminadores del clima —Los Estados Unidos, los estados miembros de la Unión Europea, China, India y otros— deben tomar la iniciativa para triplicar la cantidad de energía eólica y solar existente y duplicar la eficiencia energética en todo el mundo para finales de esta década.
El Acuerdo de París exige que los países refuercen sus planes de acción climática para finales del próximo año. Las naciones deben cumplir sus compromisos de una manera que pueda medirse, supervisarse y compartirse para responsabilizarse mutuamente de los avances que exige el desafío climático.
Por último, Dubai debe abordar la necesidad crítica de una mayor asistencia climática para las personas más vulnerables del mundo. En todo el mundo en desarrollo, la asombrosa cifra de 3.600 mil millones de personas que viven en la primera línea de los peligros y daños climáticos, y pagan un precio que no pueden permitirse por una crisis que no provocaron.
Los Estados Unidos, la Unión Europea, China y Rusia suman el 63 por ciento de la contaminación por carbono acumulada en la atmósfera terrestre por la quema de combustibles fósiles. Los diez países más expuestos a los riesgos climáticos —entre ellos Pakistán, Mozambique y Haití— han contribuido en conjunto con el 1 por ciento.
Esta es una injusticia climática a escala global. Las naciones ricas deben dar un paso adelante en Dubai para hacer frente a esta situación. Eso significa cumplir las promesas del pasado, aumentar la financiación climática para los países en desarrollo y acordar un plan concreto para gestionar y financiar un fondo especial (creado en las conversaciones sobre el clima celebradas en Egipto el pasado otoño) para ayudar a esas naciones a hacer frente a las pérdidas y daños específicos derivados del cambio climático.
Ambición. Responsabilidad. Equidad. Esas son las piedras angulares del éxito de las conversaciones sobre el clima en Dubai.